UNA PISTOLA EN CADA MANO
Al director catalán Cesc Gay se le tiende a olvidar
cuado uno hace un repaso mental de los cineastas prominentes en el cine
español y catalán, puede que lo difícil de explicar se deba a un cine
circunscrito particularmente a la ciudad que lo vio nacer más que a
otras consideraciones. Porque en su corta pero encomiable filmografía
Barcelona ha sido punto de encuentro para varias de sus historias.
Si con En la ciudad dibujó un fresco urbanita de la ciudad
condal mediante las relaciones interpersonales que unían a un grupo de
gente de clase media-alta, y que rondaban la treintena, en su último
filme, Una pistola en cada mano, repite la fórmula para
trasladar las inquietudes, neuras y sueños que afligían a esos
personajes a una nueva generación que rebasa la cuarentena y que combate
la crisis de la mediana edad.
Y de entrada aborda esta exploración de su propia generación en un
marco socioeconómico muy cambiado al que rodeaba a los personajes de En
la ciudad. Esta crisis que zarandea al más pintado, de la que no
resultan inmunes ni las clases pujantes ni los profesionales liberales
que acostumbran a poblar sus películas, pesa en el contexto de varias de
las historias planteadas, y centra el discurso de la primera.
Dividida en cinco segmentos, cada uno protagonizado por un dúo
actoral, Una pistola en cada mano puede entenderse como una comedia
amarga y coral alrededor de historias aparentemente desligadas, que
finalmente, coinciden en una cena epílogo. Un esquema muy propicio para
el estilo sobrio y minimalista de Cesc Gay y para el lucimiento de un
elenco actoral repleto de estrellas del cine español: Jordi Mollà, Eduard Fernández, Cayetana Guillén Cuervo, Leonor Watling, Luis Tosar, Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Javier Cámara, Leonor Watling, Eduardo Noriega, Candela Peña y Alberto San Juan.
Por el humor que destila la película, y las inquietudes y los
quebraderos emocionales y sentimentales que pesan como una losa sobre
los personajes, se ha comprado al filme de Gay con parte de la obra del
neoyorquino Woody Allen, pero creo que la mirada del catalán conjuga mejor con la de otro neoyorquino especializado en retratar a la clase bourgeoise de New York, el director independiente Whit Stillman, con quien precisamente coinciden en carteleras con el estreno de su última película, Damiselas en apuros.
Porque sin duda el gran mérito de la película, atribuible al acierto y
al talento de Cesc Gay, recae en el dibujo de los personajes y en su
magnifico guión, capaz de recoger los retratos vivaces de un grupo de
personajes encerrados en la ciudad con sus preocupaciones de distinta
índole, de suficiente profundidad como para pasar desapercibidas ante el
común de los mortales. El de Krámpack se camufla de
fotoperiodista para poder capturar esos instantes que deslumbran
realismo y vida, y que tanto ayudan a ganarse la complicidad del
espectador desde los primeros fotogramas.
En ese sentido resultan ejemplares las dos primeras historias con las
que abre el filme (con un inmenso Eduard Fernández en la piel de un
sarcástico cuarentón en horas bajas), con sus diálogos agudos, sus
interpretaciones sentidas, con la brillantez simplista de la puesta en
escena, y todo ese naturalismo aflorando por sus poros. Un inicio
entusiasta que desacelera con la historia de Tosar y Darín, y que vuelve
a reflotar en ese cruce a cuatro bandos entre dos matrimonios, justo
antes de la cena que sirve de epílogo a las historias relatadas.
Con una pistola en cada mano, el director de Ficció no solo
demuestra ser un excelente cronista de la realidad que afecta a un
sector de la población barcelonesa, la chic, bohemia y liberal, sino que
además demuestra tener un olfato, tacto y talento para trasladar todo
el malestar y desencanto generacional al campo visual, enterneciendo y
dibujando sonrisas a su paso. Mucho mérito para alguien que debería
tener una posición más reconocida dentro del panorama audiovisual.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada